FALTA
DE AGUA PARA LA
AGRICULTURA
En todo el mundo, el empleo del agua y su
gestión han sido un factor esencial para elevar la productividad de la
agricultura y asegurar una producción previsible. El agua es esencial para
aprovechar el potencial de la tierra y para permitir que las variedades
mejoradas tanto de plantas como de animales utilicen plenamente los demás
factores de producción que elevan los rendimientos. Al incrementar la
productividad, la gestión sostenible del agua (especialmente si va unida a una
gestión adecuada del suelo) contribuye a asegurar una producción mejor tanto
para el consumo directo como para el comercio, favoreciendo así la producción
de los excedentes económicos necesarios para elevar las economías rurales.
Desde los años sesenta, la producción
mundial de alimentos ha mantenido el paso del crecimiento demográfico mundial,
suministrando más alimentos por cápita a precios cada vez más bajos en general,
pero a costa de los recursos hídricos. Al final del siglo XX, la agricultura empleaba
por término medio el 70 por ciento de toda el agua utilizada en el mundo, y la FAO estima que el agua
destinada al riego aumentará un 14 por ciento para 2030. Aunque este aumento es
muy inferior al registrado en los años noventa, según las proyecciones, la
escasez de agua será cada vez mayor en algunos lugares y, en algunos casos, en
algunas regiones, lo que limitará la producción local de alimentos.
La mejora en la utilización del agua
tanto en la agricultura de secano como en la de regadío será fundamental para
afrontar las situaciones previstas de escasez de agua.
La ausencia de precipitaciones obliga a tomar medidas de urgencia
para paliar los efectos que tiene sobre la agricultura. En el ámbito
comunitario, por ejemplo, la
Unión Europea ha anunciado una política que establece que en
2010 cada usuario deberá pagar la totalidad de los costes ocasionados por el
agua que utiliza, informa la
Universidad de Granada.
La agricultura es una de las principales
perjudicadas de la escasez de agua, ya que es, a su vez, la mayor consumidora
de este recurso, afirma Javier Cruz San Julián, catedrático de Geodinámica
Externa y exdirector del Instituto del Agua de la Universidad de
Granada. Según el experto, la agricultura es la responsable del 80% del consumo
en España.
En este sentido, Cruz San Julián destaca
que es este sector el que también debe tomar medidas para racionalizar el
consumo de agua, como la implantación de riegos económicos por goteo y hacer
una planificación adecuada del tipo de productos que hay que cultivar para huir
de los que requieren un alto consumo.
Hoy día, la agricultura no está, en muchos
casos, en condiciones de competir económicamente por el agua escasa. Las
ciudades y las industrias pueden pagar más por el agua, y su tasa de
rentabilidad económica por unidad de agua es más alta que la del
sector agrícola. (Para los economistas, el agua fluye cuesta arriba,
hacia el dinero.) Por primera vez en la historia de muchos países, la
agricultura se está viendo obligada a ceder agua en favor de usos
más valiosos en las ciudades e industrias. En algunas zonas, quienes
riegan deben ahora pagar por el agua que reciben, incluido el costo total de su
suministro. En otras partes, la nueva reglamentación exige que los
agricultores paguen cuando contaminan ríos, lagos y
acuíferos.Lo curioso es que se prevé que en el futuro la
agricultura de regadío producirá mucho más, consumiendo
menos agua que ahora. Hoy día, esta actividad proporciona empleo,
alimento e ingresos a unos 2 400 mil Iones de personas (alrededor del 55 por
ciento de la producción total de trigo y arroz es de regadío). Se
estima que en los próximos 30 años el 80 por ciento de los
suministros adicionales que se requerirán para alimentar a la
población mundial procederá de cultivos de
regadío.
Esta perspectiva plantea grandes dificultades a los responsables de las políticas agrícolas y a los agricultores. En todo el mundo, el Estado es el principal responsable de garantizar la seguridad alimentaria, y puesto que la producción de alimentos depende cada vez más del riego, la seguridad alimentaria está estrechamente ligada a la seguridad hídrica. Entre el 30 y el 40 por ciento de los alimentos del mundo procede del 16 por ciento regado del total de tierras cultivadas; alrededor de una quinta parte del valor total de la producción íctica proviene de la acuicultura de agua dulce; y las necesidades actuales de agua potable para el ganado ascienden en total a 60 000 millones de litros diarios (los pronósticos indican un aumento de 400 millones de litros por año). En el próximo siglo, la seguridad alimentaria estará íntimamente vinculada a los rendimientos del riego.
El riego puede contribuir a aumentar el atractivo como propuesta de inversión de las innovaciones que elevan el rendimiento, pero no garantiza los aumentos del rendimiento agrícola. Muchos proyectos de riego han dado resultados decepcionantes debido a su concepción equivocada, a una construcción y ejecución insuficientes o a una gestión ineficaz. El mediocre desempeño del sector del riego está agravando asimismo muchos problemas socioeconómicos y ambientales; sin embargo, estos problemas no son ni inherentes a la tecnología ni inevitables, como algunos sostienen.
Los proyectos de riego pueden contribuir mucho a elevar los ingresos y la producción agrícola, en comparación con la agricultura de secano. Además, el riego ofrece más seguridad, y permite ampliar y diversificar más las pautas de cultivo, y también producir cultivos de mayor valor. La contribución del riego a la seguridad alimentaria en China, Egipto, la India, Marruecos y el Pakistán es ampliamente reconocida. Por ejemplo, en la India el 55 por ciento de la producción agrícola procede de tierras de regadío. Además, los ingresos agrícolas medios han crecido entre un 80 y un 100 por ciento gracias al riego, y los rendimientos se han duplicado con respecto a los que se alcanzaban antes con la agricultura de secano; los días de trabajo adicionales utilizados por hectárea han aumentado entre un 50 y un 100 por ciento. En México, la mitad del valor de la producción agrícola y las dos terceras partes del de las exportaciones agrícolas procede del tercio de las tierras de labranza que recibe riego.
Esta perspectiva plantea grandes dificultades a los responsables de las políticas agrícolas y a los agricultores. En todo el mundo, el Estado es el principal responsable de garantizar la seguridad alimentaria, y puesto que la producción de alimentos depende cada vez más del riego, la seguridad alimentaria está estrechamente ligada a la seguridad hídrica. Entre el 30 y el 40 por ciento de los alimentos del mundo procede del 16 por ciento regado del total de tierras cultivadas; alrededor de una quinta parte del valor total de la producción íctica proviene de la acuicultura de agua dulce; y las necesidades actuales de agua potable para el ganado ascienden en total a 60 000 millones de litros diarios (los pronósticos indican un aumento de 400 millones de litros por año). En el próximo siglo, la seguridad alimentaria estará íntimamente vinculada a los rendimientos del riego.
El riego puede contribuir a aumentar el atractivo como propuesta de inversión de las innovaciones que elevan el rendimiento, pero no garantiza los aumentos del rendimiento agrícola. Muchos proyectos de riego han dado resultados decepcionantes debido a su concepción equivocada, a una construcción y ejecución insuficientes o a una gestión ineficaz. El mediocre desempeño del sector del riego está agravando asimismo muchos problemas socioeconómicos y ambientales; sin embargo, estos problemas no son ni inherentes a la tecnología ni inevitables, como algunos sostienen.
Los proyectos de riego pueden contribuir mucho a elevar los ingresos y la producción agrícola, en comparación con la agricultura de secano. Además, el riego ofrece más seguridad, y permite ampliar y diversificar más las pautas de cultivo, y también producir cultivos de mayor valor. La contribución del riego a la seguridad alimentaria en China, Egipto, la India, Marruecos y el Pakistán es ampliamente reconocida. Por ejemplo, en la India el 55 por ciento de la producción agrícola procede de tierras de regadío. Además, los ingresos agrícolas medios han crecido entre un 80 y un 100 por ciento gracias al riego, y los rendimientos se han duplicado con respecto a los que se alcanzaban antes con la agricultura de secano; los días de trabajo adicionales utilizados por hectárea han aumentado entre un 50 y un 100 por ciento. En México, la mitad del valor de la producción agrícola y las dos terceras partes del de las exportaciones agrícolas procede del tercio de las tierras de labranza que recibe riego.